dissabte, 30 de juny del 2007

La propuesta de Nicolas Sarkozy sobre una “Unión Mediterránea”

( Article publicat a www.e-futur.eu i a www.rondpointschuman.eu )

Todavía en la antesala de la campaña de las elecciones presidenciales, el ahora presidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy, dio a conocer el pasado 7 de febrero en Tolón su propuesta de crear una Unión Mediterránea que comprendería los Estados del Norte de África, del Este del Mediterráneo y del Sur de la Unión Europea.

En ese momento el hecho casi pasó inadvertido, entre otras muchas propuestas de los candidatos. Sin embargo, en el discurso que realizó al saberse ganador la noche del 6 de mayo, Sarkozy insistió en el estrechamiento de lazos en el Mediterráneo y las llamadas de felicitación de lideres concernidos y los primeros encuentros mantenidos dieron pie de inmediato a contrastar pareceres y recoger adhesiones, ya fuesen entusiastas (Italia, Marruecos) o matizadas (España).

No en vano Sarkozy se había declarado dispuesto a impulsar simultáneamente, desde el primer día, todos los grandes dossiers de su plan de gobierno. Detrás de esta apuesta por el Mediterráneo parece que hay una insistencia muy especial de su estrecho colaborador Henri Guaino, un universitario con una larga e intermitente vinculación a la derecha francesa, autor de muchos de los discursos de Sarkozy,

La mayoría de los elementos del plan esbozado no son nuevos: la “originalidad” del planteamiento de Sarkozy y de su entorno consiste más bien en haber amalgamado ideas que ya se han barajado en un momento u otro con repercusiones muy dispares y, sobretodo, en presentar una nueva jerarquización de objetivos que subvierte la hoy existente en el entramado institucional euromediterráneo.

En el discurso de Tolón, Sarkozy definió cuatro grandes pilares para su “Unión”: un foro intergubernamental a semejanza del Consejo de Europa, un sistema de seguridad colectiva, políticas de codesarrollo y una cooperación policial integrada aneja a un espacio policial común .

El actual proceso de Barcelona, nacido en 1995 en la capital catalana, se estructura en cambio en torno a las llamadas tres cestas: política, económica y humana o sociocultural. El despliegue de acuerdos de asociación entre la Unión Europea y los países terceros ribereños ha dado lugar a un Partenariado euro-mediterráneo de naturaleza eminentemente multilateral y multisectorial, algo que se acentuado todavía más con la puesta en funcionamiento de la Asamblea Parlamentaria Euromediterranea. Por otro lado, la Nueva Política de Vecindad formulada por la Comisión Europea en los últimos años, apunta a incentivos reforzados en el terreno bilateral para que Europa y sus vecinos puedan llegar a “compartir todo excepto las instituciones políticas” . La sabía compatibilización de ambos marcos debería hacer posible el gran salto de la lógica de la cooperación a la de la integración, en aquellos sectores que lo permitan.

Si nos fijamos en los pilares propuestos por Sarkozy, observamos en tres de los cuatro una tónica común, muy cara al presidente francés: la primacía de los aspectos securitarios (segundo y cuarto pilar) y la preferencia por los mecanismos intergubernamentales en detrimento de los supranacionales (primer pilar) . El tercer pilar presenta una referencia sorprendente a un concepto que hasta ahora había sido más bien patrimonio de la izquierda y que cuenta de momento con poca presencia en los textos institucionales: la idea de codesarrollo. En su acepción más habitual, se refiere a aprovechar la interdependencia y los movimientos humanos en el Mediterráneo para generar crecimiento y bienestar lo más amplios posibles. En el caso de las migraciones, por ejemplo, la adecuada gestión puede proporcionar riqueza tanto a la sociedad de acogida –que ve incrementar su fuerza de trabajo y sus ingresos fiscales- como a la sociedad emisora, a la que pueden revertir tanto divisas cómo know-how.

El propósito de Sarkozy, por lo tanto, se sustenta en dos premisas principales: por un lado, aprovechar la preocupación frente al terrorismo y la inseguridad para establecer una alianza fuerte entorno al Mediterráneo y por otro, hacer avanzar el proyecto “abordando primero los ámbitos menos conflictivos”. Con relación a este último aspecto, Sarkozy cita el medio ambiente.

La fuerza del mensaje de Sarkozy y su determinación por llevarlo a cabo podrían hacer cristalizar el proyecto. Sin embargo, cabe preguntarse si es el que más conviene al Mediterráneo. Procedamos a examinar cada uno de los pilares propuestos.

En primer lugar, la idea de crear una estructura similar al Consejo de Europa se hace eco de varias propuestas que se han sucedido –incluso antes del inicio del proceso de Barcelona- en el sentido de adaptar al Mediterráneo modelos institucionales de cooperación paneuropea (la OSCE como referente principal), o en general, de que la Unión Europea implemente en la zona una estrategia similar a la que desplegó en Europa Central y del Este. Estas referencias siempre han sido sinónimo de mayor asistencia financiera pero también de mayor énfasis en operaciones efectivas de consolidación democrática, supervisión de procesos electorales y de la evolución de los derechos humanos y libertades fundamentales.

El ejemplo del Consejo de Europa en boca de Sarkozy sugiere, en cambio, un marco de concertación política, amable e inocuo para los Estados más reacios a la cesión de espacios de soberanía y a la “intromisión” en los asuntos internos. Sugiere también un espacio donde la condición de los “grandes” adquiera plena consideración y donde los vínculos históricos salgan a flote: en una Unión Mediterránea que sólo incluya a los Estados meridionales de la Unión Europea, la condición de “grande” es revestida en primera instancia por Francia, a mucha distancia de los demás y es también Francia quien puede atribuirse una relación especial con un buen número de los Estados ribereños del sur (Marruecos, Argelia, Túnez, Líbano, Siria) por la antigua dominación colonial.

En definitiva, existe el riesgo de que la Unión Mediterránea se convierta en objeto de una doctrina Monroe a la francesa , consistente en defender el “patio trasero” frente al mundo anglosajón. El problema trasciende lo meramente simbólico o gestual: en la actualidad, los movimientos humanos, la degradación ambiental y el transporte energético –por poner sólo los ejemplos más a la vista- tienen su encrucijada básica en el Mediterráneo, pero sus efectos repercuten en toda Europa y en la escena global. Por lo tanto, resulta difícil abordar los problemas del siglo XXI mediante una visión que privilegia la concertación política entre Estados soberanos, retrotrayéndonos al concierto de naciones decimonónico. Por otro lado, y operando en sentido opuesto, cabe decir que los elementos del debate –mal cerrado- en Francia sobre los supuestos beneficios positivos de la experiencia colonial, podrían enajenar a las opiniones públicas del Sur si, como resulta previsible, se echa mano de ellos.

El sentir de las opiniones públicas también arroja un gran interrogante sobre el segundo pilar, el consistente en erigir un sistema de seguridad colectiva. Existen ya fuertes lazos entre los principales países mediterráneos y “Occidente” en este terreno, tanto por medio de la OTAN (Turquía es miembro des de hace medio siglo y varios otros países se han asociado a través del Diálogo Mediterráneo de la organización), como en el seno del Proceso de Barcelona, donde se desarrolla conjuntamente la llamada dimensión ”soft” de la seguridad.

Tal como la doctrina en la materia se ha encargado de demostrar (Kart Deutsch), un sistema de seguridad duradero debe sustentarse en una comunidad de seguridad, es decir, en la percepción común a todos los socios de la existencia de unos valores compartidos, que no sólo convierta en muy remota la posibilidad de un enfrentamiento de unos contra otros sino que unos estén dispuestos a ir a la guerra cuando los otros sean agredidos.

Sarkozy, en su propio país, con sus declaraciones y actitudes despectivas, ha pretendido estigmatizar a multitud de jóvenes de las banlieues, en su mayoría de origen inmigrante, llamándoles “racaille” en una de las ocasiones más sonadas. No parece, por lo tanto un líder especialmente bien dispuesto para construir tal “comunidad mediterránea”. Si ya parece muy difícil contrarrestar el antagonismo creciente entre sociedades, religiones y sistemas de valores en el Mediterráneo, cuanto más difícil será conseguir que sus poblaciones se impliquen sin más en la defensa común.

Esta misma conclusión sirve para el cuarto pilar, el de la construcción de la zona policial y judicial unida. Es probable que Sarkozy, más que en las opiniones públicas libres, piense en obtener la complicidad de gobiernos preocupados tanto por el combate contra el terrorismo como por el control de la tendencia hacia el pluralismo y de los elementos que escapan a la maquinaria del autoritarismo. Si es así, nada podría ser más negativo para el proyecto mediterráneo ya que la propia “Unión” pasaría a ser vista enseguida como un instrumento represivo y legitimador del estatus quo en países que precisamente necesitan cambios profundos.

El tercer pilar, el del codesarrollo, como hemos dicho tiene algo más de novedoso, por lo menos en el campo de la derecha. Sin embargo, Sarkozy fabrica una extraña mezcla entre solidaridad egoísta, vanguardismo ecologista y funcionalismo monnetiano.

Porque, ¿cómo es posible instar a los pueblos mediterráneos a que se apliquen lo que Monnet y los padres fundadores proyectaron para Europa, si no es para apostar decididamente por la integración y la renuncia de soberanías?

¿Cómo se puede afirmar que el medio ambiente es un dossier poco conflictivo y que por ello puede servir para poner la primera piedra de la Unión, cuando los temas ambientales ocupan posiciones absolutamente distintas en las agendas políticas del Norte y en las del Sur?

¿Cómo se puede apostar por relanzar el objetivo de una zona de librecambio mediterránea cuando se reclama al mismo tiempo la práctica de un proteccionismo desacomplejado para resguardar la economía nacional francesa y se defiende a ultranza la excepcionalidad francesa en el capítulo agrícola de las negociaciones de la OMC?

Ante todo este esquema, el gobierno de España ya ha planteado que debe ser en todo caso compatible con el Proceso de Barcelona, darle continuidad, llevarlo más lejos. La determinación de Sarkozy puede convertirse en oportunidad para el Mediterráneo, y especialmente para impulsar algunas iniciativas estelares, que hasta ahora no han contado con apoyo suficiente, sobretodo a causa del desafecto de la derecha, como por ejemplo el Banco Euromediterráneo de Inversiones. Tal como hemos intentado demostrar, de poder ser implementada en su totalidad, la agenda de Sarkozy tendría efectos negativos para el Mediterráneo.

Y no sólo para el Mediterráneo. Hasta ahora hemos obviado un elemento que, sin embargo, subyace a todo el plan Guaino-Sarkozy: el no a una Turquía europea. No son pocos los que ven en la propuesta una respuesta a la oposición mayoritaria en Francia a la futura adhesión de éste país joven y populoso. Uno de los objetivos esenciales sería ofrecer a Turquía el rango de co-potencia regional mediterránea a cambio de renunciar a sus aspiraciones europeas. El gobierno de Ankara ha reiterado su cerrada negativa y la estratagema, si fue tal, corre el riesgo de volverse en contra del propio Sarkozy: tal cómo sucedió con los países balcánicos y su ingreso en el Pacto de Estabilidad para Europa del Sureste, Turquía nunca aceptará participar en la Unión Mediterránea si no se le dan garantías suficientes de que llegado el momento formará parte también de la Unión Europea. Esperemos que Sarkozy, que ha mostrado la valentía de encauzar el proceso constitucional en Europa con la rémora del resultado negativo del referéndum francés de 2005, sepa también pilotar un viraje de la sociedad francesa hacia la plena aceptación de Turquía en ambas "uniones", la mediterránea y la europea.